Cenizas y Chispas
Un viaje desde el Agotamiento hasta la Inspiración
Oct 19, 2024
En este último año peleo todos los días con el monstruo de la desmotivación…A menudo siento una especie de náusea espiritual y nihilista que me lleva a ahogarme en mis propias preguntas sobre mi futuro laboral, personal y, a menudo, mundial.
Podría aquí acotar miles de cosas sobre la cultura de la ansiedad que habitamos o el sesgo de negatividad que tenemos, ambos puntos fundamentales del contexto, pero que no hacen al punto de este ensayo, que pretende todo lo contrario: delinear un sentido de pertenencia hacia el universo que restaure nuestra capacidad humana de ir encontrando algún propósito, una dirección.
Tengo 27 años y, como tantas personas, sentía que había caído en la rueda del hámster: trabajar de 9 a 18, comer, ir al gimnasio, ver a mis amigos y pareja, todo sin dejar de correr. A ese ritmo, no percibía como propia la capacidad de saber que se podía elegir otra cosa, porque la rueda había cobrado el tamaño del mundo, ocupaba cada espacio de la realidad o directamente era la realidad.
Mis propios pensamientos iban a la velocidad de la rueda. Estaban centrifugados a dos mil revoluciones.
Recuerdo los versos de Blanca Varela: “digamos que ganaste la carrera / y que el premio / era otra carrera / que no bebiste el vino de la victoria / sino tu propia sal”. Era el Prometeo cansado de Byung-Chul Han, un ser agotado que es constantemente devorado por su propio ego, víctima y verdugo a la vez. Era simplemente un número más en la estadística de oficinistas con burnout, con el bendito estrés que se proclama la causa de todo pero a la vez de nada.
Nombramos tanto al estrés… está tan omnipresente que dejamos de creer en él. Por eso no creí cuando mi ginecóloga me dijo que la razón por la que no menstruaba hace cuatro meses era justamente: estrés. No fue hasta experimentar faltas de cognición entre las palabras que comencé a tomarlo en serio.
No podía concentrarme en un texto, no podía seguir el hilo de ideas complejas. Lo mismo con el lenguaje: las palabras que alguna vez brotaban como agua en un lago ahora se me escapaban inexpresivas. Consumía imágenes, videos de segundos, a menudo con recomendaciones sobre cómo mejorar mi imagen o productividad. Terminaba los días con una sensación de cansancio seguida por frustración. Sí: esa leyenda urbana del burnout era real. A mis 27 años tuve que empezar a tomarla en serio.
Empecé a informarme. El burnout puede ser causado por el estrés, pero no es lo mismo. El estrés es el resultado de demasiada presión mental y física, sumadas a exigencias de tiempo y energía. El burnout se debe a una falta de emoción, motivación o atención que se prolonga en el tiempo. El estrés puede hacer que te sientas abrumado, pero el burnout te hace sentir agotado. Drenado.
Mis amigos me decían: “Relajate, hacé cosas que te gusten como viajes por la naturaleza o arte”. Sin embargo, no sabía cómo hacerlo. Me iba quedando sin esas actividades artísticas con las que antes había llegado a experimentar un sentido de inspiración, conexión, significado, como el que se avecina ahora mientras pongo en letras mi experiencia, como el que podés sentir vos como lector/a al levantar la cabeza y sentir que eso que lees está resonando con algo.
Ese. Ese microsegundo de conexión, cuando podemos sentirnos pequeños ante un mundo por conocer, cuando sentimos curiosidad. Al perder esta capacidad de asombro, sentía que no existía nada en el mundo que me motivase, mucho menos el dinero o el prestigio que sostenían mi decisión de trabajar tantas horas.
Luego comenzaron los síntomas físicos. Experimentaba una especie de falta de aire que me ponía muy nerviosa. Aunque inhalaba, mis pulmones parecían no absorber el oxígeno.
Mi ritmo cardíaco aumentaba. Hice un tour médico. Me diagnosticaron alergia, asma nerviosa. Comencé a usar inhaladores. Mi pulso cardíaco aumentaba más. Recurrí, por supuesto, también al mercado: compré una pulsera para controlar el heart-rate, un air purifier, un spray antiácaros, una almohada hipoalergénica, una serie de pastillas naturales con melatonina y extractos de no sé qué que prometían ayudarme a dormir.
Seguía igual. Asfixiándome por las noches. Especialmente los domingos.
Cuando ya no pude más, gracias al apoyo de mi familia, decidí renunciar a mi trabajo. Nadie en la oficina sabía lo que me pasaba, lo mantenía en silencio. Me daba una especie de vergüenza confesarlo: estaba quemada.
Luego vinieron los días libres en casa, en los que pensé que iba a mejorar, pero mi sensación de frustración no hizo más que crecer. De repente tenía todas las horas del día disponibles y ni la más remota gana de hacer nada. Mis amigas me regalaron un cuaderno para escribir, mi novio me regaló un atril para pintar. No los toqué. No eran más que recordatorios de mi inhabilidad. Mi cabeza me decía: ya no sos lo que eras, ya no vas a poder escribir ni pintar.
“Dudo que el burnout haya estado alguna vez vinculado tan solo al hecho de no disponer de las horas suficientes en un día. Lo que a primera vista puede parecer solucionable con tener más tiempo puede acabar revelándose como un anhelo más vasto, aunque más simple, de autonomía, sentido y propósito vital.” (Odell, J. 2023 en Saving Time).
Me estaba quedando sin mis herramientas, o al menos sin las actividades artísticas con las que había llegado a experimentar un sentido de inspiración, conexión, significado. Sin levantar la cabeza, ese gesto que se produce cuando como lectores o espectadores nos detenemos ante la obra para asimilar sentimientos o pensamientos no expresados directamente, es decir, el subtexto. Ese microsegundo de conexión, cuando podemos sentirnos pequeños ante un mundo por conocer.
“El hombre será mejor cuando le muestres cómo es, en lugar de decirle cómo debe ser.” Chéjov, A. (s.f.).
Ese subtexto de Chéjov, esa capacidad de abstracción, es la que me iba salvando de a poco. Después de unas semanas sin poder escribir, ni pintar, ni concentrarme, de repente iba encontrando un sentido en algo que leía. De repente me venían ganas de escuchar una canción olvidada. Iba creciendo nuevamente una chispa de curiosidad. Cuanto más la sentía, el aire volvía, el pulso se calmaba.
Podemos llamar a esta chispa resiliencia. Mucho se ha hablado ya de ella. Me gusta mucho más el concepto de Henry Bergson: inner force, la fuerza interior que contienen todas las cosas. Bergson usa una metáfora para entender mejor esta fuerza que nos invita a seguir adelante. Nos propone cerrar los ojos e imaginarnos un espectáculo nocturno de fuegos artificiales. Lo que vemos son cenizas que vuelven a caer como materia y como forma. Insiste en que no es una cosa, sino una continuidad en incesante surgimiento.

Me gusta pensar que hay conceptos que escapan a las palabras, a las metáforas, a la simbolización. La inner force sería un concepto así de escurridizo: cuando intento capturarlo en palabras, rozo lo mágico, pero apelo a que cada lector/a piense en todas las veces que se hizo fuerte de repente, porque sí, porque había que serlo. Para proteger, para escapar, para no morir en el intento y no perder la motivación.
No es que de repente yo haya encontrado el sentido de nada, encontrar un propósito no significa llegar a un lugar determinado. Son chispas. Fuegos. Gotas mágicas de fuerza que no vienen del esfuerzo, sino del amor por la vida, por el arte, por la naturaleza, por las personas, los animales o lo que sea que ames. Algunos días brillan más y otros menos.
Cuando lo comprendes, en lugar de caer en la desmotivación, vas llenando de a ratos ese vacío siempre latente. El futuro quizá deje de parecer un horizonte indefinido hacia el que vas avanzando pesadamente.
En cambio, eso, esa inner force que impulsa este momento hasta el siguiente, se vuelve algo que te está hablando siempre, incluso —especialmente— desde lugares insospechados. La labor que muchas personas tenemos por delante es aprender una vez más a escuchar esa voz interior.
Finalmente, puedo decir que me alegro de haberme quemado, convertido en cenizas, para así ir encontrando nuevas chispas en este camino a la adultez. No tengo nada definido. Aún no sé qué depara mi futuro laboral, aún vivo en una casa de alquiler, aún tengo que construir estructuras.
La diferencia es que eso ya no me atormenta.